jueves, agosto 21, 2008

Sobre la necesidad de un amor desesperado (X-Compilatorio)
Muchas gracias a quienes han leído esta serie de ideas mientras se han publicado, o han leído sólo algunas, y también a quienes no lo han hecho en forma alguna.
Con este mensaje cierro la publicación del ensayo, es la versión final que enviaré a tierra baldía, esperemos que no decepcione al buen Salvador. Diré que la revisión de las nueve ideas fue áltamente provechoso para el cuidado de la escritura, estoy seguro que volveré a recurrir a éste método para pulir un trabajo... Es esta pues la versión final, de nuevo muchas gracias (ya corregí varias faltas de ortografía y errores de dedo, muchas gracias a quienes las notaron y más aún a quienes no):
Sobre la necesidad de un amor desesperado

Gabriel Ramos
Seminario de Filosofía de la Lógica, Acatlán

I. Dos tipos de amor y las formas del drama

Sólo un tonto, un necio, un insensato, preferiría el amor efervescente de la adolescencia respecto al amor serio que se presenta en la madurez, el que no es ya un capricho sino una predilección distendida en el seno de un alma serena.Embriagado por las hormonas, por las ansias de vivir, ginebra nada barato y las luces de la ciudad es fácil para el insolente que las estrellas de la noche parezcan menos brillantes. Es fácil jurar amor eterno cuando los alcances de la eternidad oscilan en espacios análogos a los linderos de la zona conurbada: No es un concepto sino un término más bien vacuo e irrisoriamente chato.
Los literatos a través de la historia se han entretenido con las emociones de su audiencia, muero de envidia cada vez que veo cómo con sus dramas hacen alarde de su destreza, manipulando tan sofisticado juguete. En el caso de los cómicos, se yerguen victoriosos como domadores de su audiencia, desnudándoles de sus pretensiones y evidenciando que no son sino una horda de micos; en cuanto a los trágicos, cada hilo se mueve pensando en que el espectador contemple una explosión de patetismo y se conmueva, que recuerde el temor de Dios o lo conozca. La gente sana y suficientemente poco pedante se presta a la ludicidad del drama. Sólo espíritus carentes de disposición, anímica o intelectual, o aquellos imposibilitados por sus férreas pretensiones se resisten a reír o conmoverse ante un buen drama.
El drama no refleja la realidad tal cual es, sino como podría ser; Un muy preciado elemento que los dramaturgos tienen a favor del éxito de sus obras es que los espectadores no muy agudos de mente, e incluso los que sí, suelen olvidar que el drama es una exaltación de las características de los hombres, que las historias que cuentan una extrapolación de anécdotas de las vidas de hombres comunes relatadas de manera extraordinaria.
Si se asomaran a una historia con final alterno, un mundo posible tras del telón donde descubrieran que la efervescencia de Julieta se podía apagar con antiácido, que el fuego de Romeo se incendiaría por alguna cortesana con más ingenio y talento cada que llegara la quincena, que Sócrates luego de un par de audiencias más resultaría ya no en héroe, sino en un viejo insensato que dejó desguarecida a su familia, y al ser juzgado por un tribunal distinto habría sido condenado a muerte no por corromper a la juventud ni por amar a la sabiduría sino por irresponsable, que el Nazareno empalado hubo de ser forzado a subir a los cielos por una escolta de 666 arcángeles (no exagero: Era el hijo de Dios), pues sólo así pudieron contener la venganza iracunda que fraguó los tres días que pasó en el sepulcro, alimentando una feroz –aunque divina- furia albañil luego de la aporreada que le pusieron los judíos...
Algunos espectadores de dramas, agudos y no tan agudos, encontrarían en el siguiente episodio de la vida de sus personajes favoritos un sinsabor que los haría pensar “mejor se hubieran muerto como Heath Ledger, inmediatamente a consumar su mejor papel."
El sentido de hablar de los dramas en las líneas anteriores era contrastar la naturaleza de los personajes, que son construcciones literarias con la de las personas, que somos construcciones en el mejor de los casos... A continuación busco caracterizar el amor sereno que no busca apaciguar un ansia, que las más de las veces es de características coléricas: muy intensa pero efímera.
II Un amor distendido en el seno de un alma serena
La vida no es como los dramas. Aunque uno sí puede confeccionarse la vida que quiere, de aferrarse a vivir en un frenesí romántico uno no hará sino darse de topes con el sol de la mañana siguiente. Ahora, no ser romanticista no equivale a ser nihilista, cínico ni pendejo, por supuesto que existe la posibilidad de amar y ser amado, pero dado el contraste anterior entre la vida y el drama, todo hombre sensato buscará entonces un amor distendido en el seno de un alma serena -¡cómo me gustó esa frase!- respecto al presunto amor de alguien que quiera estar a nuestro lado no porque le resultó verosímil alguna pretensión nuestra o ajena; alguien que juzgue que puede vivir con nuestro insulso futbol, nuestros sueños truncos, aspiraciones ahogadas, aguantar nuestros vicios, y tanto peor, nuestras virtudes, aspiraciones, expectativas, risas demenciales en medio de la noche y nuestros chistes babosos. Una persona, no un personaje, eso tenemos que ser para quien digamos amar y nos comprometamos a honrar; lo mismo esperamos de vuelta, y nada de mediocre se puede juzgar respecto a dos personas que decidan amarse en la realidad.

No me parece que la cuestión que sigue sea lo que gustan llamar una aporía, ni una situación que desafíe a la razón, se trata de la posibilidad de pensar, y en este caso de sentir las cosas en más de un ámbito, en más de un sentido. No hay contradicción en facetas de las cosas cuando estas no se repelen en su esencia unas a otras.
III ¿Un amor desesperadamente sereno?
Pero ya ubicados en el amor sereno, sólido, consistente, sensato, no sólo racional sino además razonable, teniendo a nuestro lado a una persona con quien no sólo queremos vivir hasta el fin, sino además gestar grandes proyectos, gozar con sus satisfacciones y confortarle en sus aflicciones, pudiera ser la naturaleza abyecta mía y de otros parecidos a mi, y sólo quienes hayan sentido algo así sabrán con precisión a qué me estoy refiriendo – aunque en realidad considero que todos, en tanto que todos son susceptibles de ser codiciosos- pudiera presentarse una pregunta, que muy probablemente reconocería como origen en la inseguridad propia: ¿Será ese amor que profieren por mi algo más que lo correcto?, ¿será además desesperado, intenso, efervescente?

Primeramente hay que considerar que el amor sereno de la madurez no está peleado irreconciliablemente con la efervescencia; cierto, la ebullición no puede durar para siempre, pues según científicos anónimos en un dudosamente documentado programa de televisión -es decir según la creencia popular posmoderna- si el hombre amara extasiadamente demasiado tiempo moriría, pero la cuestión aquí no es morir de amor, simplemente saber si uno como objeto de amor sereno es algo más que una buena elección, si uno es o ha sido concebido como causa eficiente de un sobresalto vital, como un clímax en la vida emocional del otro, es decir, saber si te he hecho hervir la sangre...

En segundo término, hay qué considerar que uno puede estar cierto de que tal cosa -la conciliación del amor razonado, pleno, digno y la ebullición de la sangre- es posible a partir de la experiencia propia, del hecho de que dos o tres veces discretamente uno ha tenido qué recoger el corazón que se le salió del pecho por la emoción de ver a quien ama desesperada pero serenamente, y que más discretamente ha debido –aunque no necesariamente lo ha hecho- guardarse alguna fisura que el trastabillar natural del objeto de su amor le ha implicado.
La que sigue es la que considero ha de ser la postura de todo hombre que se precie de ser tal ante la duda: Quien no tuviera el valor de atreverse a cortejar con todos los recursos posibles a su dama, sería decididamente un pobre diablo, y nada hay qué argüir al respecto.
¿Es glotonería?, ¿es capricho querer ser además el objeto de amor delirante? “Si no desfalleces por mi habré de conquistarte, vulnerar tu serenidad hasta derretirte entre mis brazos, borrar todo vestigio de palabras de amor que escucharas de otros labios que no fueran los míos, serán acaso un recuerdo, y al cariz de la actualidad uno irrisorio. Y si algún vestigio queda de esas emociones en tu alma, será borrado y relegado también a existir sólo en el pasado, pues no cabe en el alma ya apego alguno a sentimientos amorosos del pasado cuando el amor presente la desborda.” Creo que eso diría un caballero, y es sin duda la opción más digna a tomar, ponerse el traje de héroe de vez en cuando… Nada hay de mediocre ni ridículo en darle espacio a nuestras pasiones, además, ni que no hubiésemos hecho el ridículo por cosas que no valían la pena.
IV Cuando todo ha fallado
Uno puede ser un caballero, un súper héroe o una estrella de rock, pero pese lo que nos pese, no podemos hacer que alguien nos ame rabiosamente; posiblemente se vuelve especialmente sensible en el caso de quien nos ama serenamente, pues en tanto que nos conoce y tiende hacia nosotros por voluntad y no siendo víctima de una pasión, será difícil que le sorprendamos con disfraces de héroe trágico, pues puede ver tras bambalinas.

Si no obstando el traje azul y el caballo, el fantasma del tibio amor sigue paseándose entre las telarañas del lóbulo parietal y el frontal hay aún algunos modos de intentar seguir viviendo con dignidad: En primer lugar una lobotomía que podría hacernos pensar que somos amados adolescentemente, o bien dejar de amar adolescente mente para en términos de equidad encontrar paz a este respecto, o dejar de preguntarnos al respecto, o intentar algo distinto, o no.
De modo que la única opción seria, puesto que se ha pensado todo lo leído hasta aquí y seguramente más, es confrontar a quien tememos nos ama tibiamente.
Aquí casi hay equidad de género, ya sea un caballero o una dama quien padeciera tal agobio se vería en igual predicamento: No es noble asediar a alguien con semejante pregunta.

Se plantea entonces la pregunta irrefrenable, la del auténtico inquirir, la que quita el sueño, la que permanece latente e incesante y contamina todo lo que pasa a través de la mente.

Las inferencias brotan como ajolotes y se retuercen en la mente de uno como aquellos cuando los sacan del agua; inquirir respecto al tema en cuestión no parece noble, pero se puede hacer con nobleza. Por torpes que sean nuestros pasos, así como no es preciso pisotear el orgullo ni la dignidad de alguien a que nos pretenda y por quien no tengamos inclinación alguna, es posible no lastimar a quien nos ama con un tema tan áspero, sea verdad o no que lo hace tibiamente.

Las inferencias incesantemente brincoteando y arqueándose sobre sí podrían implicar para el presunto tibio amante una serie de tal vez injustas acusaciones de injusticia, todas ellas con su génesis -diría mi amigo el psicólogo- en la neurosis, paranoia o la paraurosis: “¿Por qué no me amas efervescentemente si es tal tu deber?, ¿es que debo dejar de amarte de esa forma?, ¿es que no resulto suficientemente emocionante?, ¿sucede que es tan buena idea que estemos juntos?”
Vivir en la logósfera implica un riesgo latente, hay qué tener cuidado con lo que uno dice pues todo aquello puede ser utilizado en su contra ilimitadamente.
¿Qué sucederá si no puede amarnos al punto de desfallecer como Nina, la prometida del inepto Harker en Nosferatu de 1922, sujetándose el corazón al pecho y extendiendo su cabeza tan lejos de éste como le era posible?
Es claro que nadie es culpable de no amar febrilmente, pero como en todas las instancias trágicas, sí hay responsabilidades que recaen sobre alguien, y sobre ese alguien eventualmente se cierne un sentimiento de culpa, tal vez no tan justificado, pero sí fatal y en consecuencia trágico. Cierto es que no es necesario que el peligro que en este apartado advierto llegue a materializarse, pero es un hecho que es posible...
V De frente al desencanto fatal
La tragedia comienza con el conocimiento decía Camus hacia el final de El mito de Sísifo; habiendo visto ya al fantasma del tibio amor a los ojos, no querer saber de cierto cuál es nuestra situación equivale a ser cómplices del destino. En este caso no se trata sólo de buscar tranquilidad o certeza, sino de evitar enfrentarse a una terrible fatalidad: Que alguien más haga al objeto de nuestro amor estremecer.
Líneas atrás planteé si era un exceso de codicia no conformarse con ser el objeto de un amor sereno, sino además querer hacer arder a quien amamos en deseo por nosotros; puede serlo si es la mera codicia lo que nos mueve a preguntar, pero un espíritu más alerta al hecho de que los dramas están basados en anécdotas de la vida podría tener cuando menos una buena razón para temer:

En algún lugar de la Ética demostrada según el orden geométrico de Spinoza, o en la experiencia de haberla leído hace algunos años (es decir, en cualquier caso culparé a ese libro) tiene su origen la siguiente proposición: "Cada cosa puede ser movida sólo por otra de igual naturaleza, un objeto físico es movido sólo por fuerzas físicas impresas en éste, el aparato racional se mueve sólo a partir de dos juicios conexos entre si, pero ningún objeto físico se mueve a partir de un mero razonamiento, y ninguna celda física frena los saltos de la razón." Asimismo, el contacto físico e incluso la sexualidad no implican de forma necesaria la intimidad emocional, aunque suelen confundirse.
Atendiendo el nada insensato supuesto de que en la naturaleza humana está el enamorarse, ¿cómo logra el tibio amante evitar que alguien distinto a al objeto de su elección serena, y libremente tomada le apasione febrilmente?
Será soberbio pensar que es imposible ser asaltados por una pasión que reconocemos como ajena al amor que hemos decidido proferir, soberbio y por ende imprudente, imprudente y por ende riesgoso, riesgoso y probablemente cruel ¿queremos exponer a ese alguien a quien tenemos tanta estima, en quien depositamos nuestra confianza y a quien vemos embebido en amor por nosotros a la posibilidad de un desencanto fatal?, ¿quiere ser cualquiera de las partes cómplice del destino siendo que vislumbran la posibilidad de tragedia en el horizonte?
Sujetarse las entrañas y confrontar el destino, toma valor vérselas con la decepción, pero es el único modo de callar las voces internas que claman por la disipación de la incertidumbre. Luego invariablemente -tarde o temprano- vendrá la paz.
La consigna es quebrar el silencio sin que las palabras torpemente se tornen un chantaje, cuidar ese detalle al tiempo que es preciso saber que si no podemos ser amados no hay nadie a quién culpar; si llegase a hacer falta, para el amante en desgracia o quien profiere un tibio amor, una evidencia de la autenticidad de las palabras que denuncian el temor en torno al cual se discurre bastará llevar la mano dubitante al pecho de quien teme: Su corazón latirá desbocado ante el temor de un desastre latente.
Del otro lado, tampoco es noble callar, si se está al tanto de semejante posibilidad, si vemos a quien queremos tanto en los zapatos de Edipo, lo noble es no dejarle caminar más, de nueva cuenta pareciera no ser algo noble, pero se puede hacer noblemente.
Se presenta así la disyunción final: Para cualquiera de las partes, no es secreto que quien fuera cómplice de la tragedia merecería morir de angustia, de tristeza, de locura o de vergüenza, pues tales son las consecuencias, desproporcionadas y de apariencia injusto para aquellos sobre quienes se cierne.
Cierto es que dije que los personajes y las tragedias están en el drama, y no en la vida, pero las emociones trágicas no viven en otro lugar que no sea el corazón de las personas.

De modo que si no logras ser el caballero andante, si no te perforas la cabeza, o si no tienes la fortuna de preguntar y encontrarte con una respuesta favorable, enfréntate a la decepción, y una vez ahí, vive con ella o deja que te mate.

1 comentario:

Anónimo dijo...

AHHH QUYE CHIDO QUE POR FIN TERMINASTE, QUEDO, DESPÚES DE TODO, UN BUEN TRABAJO, SEGÚN YO... SI HAY ALGUNAS COSAS EN LAS QUE DIFERIO QUE MEJOR QUE DISCUTIRLAS CON UNA CERVEJITA!