La tragedia comienza con el conocimiento decía Camus hacia el final de El mito de Sísifo; habiendo visto ya al fantasma del tibio amor a los ojos, no querer saber de cierto cuál es nuestra situación equivale a ser cómplices del destino. En este caso no se trata sólo de buscar tranquilidad o certeza, sino de evitar enfrentarse a una terrible fatalidad: Que alguien más haga al objeto de nuestro amor estremecer.
Líneas atrás planteé si era un exceso de codicia no conformarse con ser el objeto de un amor sereno, sino además querer hacer arder a quien amamos en deseo por nosotros; puede serlo si es la mera codicia lo que nos mueve a preguntar, pero un espíritu más alerta al hecho de que los dramas están basados en anécdotas de la vida podría tener cuando menos una buena razón para temer:
Atendiendo el nada insensato supuesto de que en la naturaleza humana está el enamorarse, ¿cómo logra el tibio amante evitar que alguien distinto a al objeto de su elección serena, y libremente tomada le apasione febrilmente?
Será soberbio pensar que es imposible ser asaltados por una pasión que reconocemos como ajena al amor que hemos decidido proferir, soberbio y por ende imprudente, imprudente y por ende riesgoso, riesgoso y probablemente cruel ¿queremos exponer a ese alguien a quien tenemos tanta estima, en quien depositamos nuestra confianza y a quien vemos embebido en amor por nosotros a la posibilidad de un desencanto fatal?, ¿quiere ser cualquiera de las partes cómplice del destino siendo que vislumbran la posibilidad de tragedia en el horizonte?
A black day dawn at horizon where winter hearts our battlefields...
Tragedies blow at horizon, we ride as one...
Hoy ves hechos pedazos los sueños que la insensatez en ti sembró
Tristísimos retazos de un porvenir absurdo y fuera de lugar
Hoy ves tus tristes pasos encaminarse a un exorcismo intelectual
Hielame la sangre, ¡Hamartía!
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